jueves, 2 de mayo de 2013

Noche de cuarto menguante


Hoy sonríe, en lo alto, la luna en su cuarto menguante. Desde el balcón de esta casa escucho a la luna. La reina de los ciclos nos enseña que en la vida-muerte todo es cambio y compensación: a la plenitud sigue el vacío y al vacío la plenitud. 

Una vez, la luna oscura quiso brillar en el cielo, entonces se dejó preñar de la luz del sol y se convirtió en luna llena. Desde entonces, no deja de hacerlo (han tenido montones de hijos). Eso explica el hecho de que a la oscuridad siempre sigue la luz. Por eso las madres nos arrojan desde las tinieblas de sus vientres y nos dan a luz: ellas en especial siguen los ritmos lunares.


Esta noche estamos a mitad de camino. En preparación para lo que sabemos inevitable. Sin descanso, vamos en impaciente tránsito hacia lo oscuro, hasta el último hilo de luz y vida, hasta la extinción total. 

Como ocurre con la madurez, del camino andado deberíamos haber acumulado trucos, mañas y saberes para seguir la marcha de mejor manera y más despiertos. 

Esta noche de cuarto menguante, sueñen con el fin de los tiempos (los tiempos individuales, los colectivos o los cósmicos) y sepan que a veces necesitamos sabernos cerca del final para hacerlo mejor.

La casa de la bruja


I
Cuando pasaba el alegre grupo de muchachos a remontar cometas –a los que dicen pintorescamente “papagayos” en mi país– por las colinas de Agua Blanca, veíamos con horror aquella casucha de adobes rojos techada de palmas y de pedazos de latón, con el único agujero de su ventana mirando como un ojo siniestro hacia lo más sombrío del callejón… Rodeábala una palizada de cardos, y alzábase en el aislado arrabal, más aislada que todas, solamente protegida por la falda escarpada y áspera del cerro.
Era “la Casa de la Bruja”.


II

Recorriendo la ciudad, de puerta en puerta, desde el amanecer, recogíase con el día cuando comenzaban a encenderse las farolas urbanas que parecían arrojarla del poblado. ¡Cuántas veces vi a la luz fantástica de los crepúsculos, más horrible en su extraña demacración, la nariz más curva y el manto más raído, perderse su silueta al doblar una esquina, al extremo de las calles rectas y tristes de mi tierra natal!
-¡La bruja! ¡La bruja! 
Y eran gritos y pedradas; voces de todos los granujas. Si la acosaban y un guijarro iba a golpear su pobre armadijo de huesos, sacaba del manto un dedo muy largo, señalaba el cielo y rezongaba una especie de protesta monótona como una oración.
-¿Por qué no busca trabajo? Póngase a servir en una casa; ¡usted está buena y sana!
Sin responder, echaba ella a andar calle abajo ondulando su verdoso manto, como una bandera de miseria.


III

Pasaba por la vida fastidiosa de la provincia envuelta en una atmósfera de terror y de supersticiones; evocaba cosas macabras, vuelos a horcajadas en palos de escoba para asistir al sabat demoníaco, la misa negra en una cueva pavorosa cocinando en marmitas de caldo de azufre tiernos niños que morían después de chuparles la sangre.
Creíamos verla volar por sobre los techos en Semana Santa, después de beberse el aceite en las lámparas de las iglesias, cantando el pavoroso estribillo que nos enseñaron las criadas:
“¡Lunes y martes
miércoles, tres!
jueves y viernes…
Y una voz, la voz misma de Satanás, añadía:
“Sábado seis”.
Noches de no poder dormir viendo su rostro en los pliegues de las ropas colgadas, en las sombras que hacían danzar sobre las paredes la lámpara encendida a la virgen, cuya mecha chirriaba de un modo muy particular… Y arropándonos hasta la cabeza, parecíamos oír el horrible estribillo:
“Domingo siete”.


IV

Para acrecer aquella superstición del lugar, observábanse en ella detalles que la acusaban, pruebas que en la Edad Media hubieran bastado a dar con sus huesos en la hoguera; ¿para qué eran aquellos misteriosos hacecillos de hierba que ocultaba bajo el manto? ¿Qué menjurjes contenía aquel frasco colgado de una cuerda con el cual mendigaba, en las boticas, aceites o ácido fénico, o bálsamo sagrado, drogas todas para preparar ungüentos malignos contra la dicha, la fortuna o la salud de los demás?
Cerca del matadero público, alguien la sorprendió envolviendo en un pañuelo un cuervo muerto, y la mañana de un domingo los muchachos del arrabal la hicieron descender del caballete de la casucha a pedradas. Gritó, furiosa, que estaba componiendo el techo, porque llovía sobre su cama; pero ¿a quién iba a meterle tamaño embuste? ¡La había sorprendido al amanecer sobre la casa, al regreso de la misa del sábado y no pudo bajar -según explicaba una vieja comadre- porque al canto de los gallos se le había acabado “el encanto”!
-¡Ave María Purísima!- gritaban desaforadas las mujeres en los corrales. Los perros ladraban y aquel día la bruja no pudo salir, porque llovieron, como nunca, piedras y abrenuncios sobre la casa maldita.


V

Una semana después el niño de la vecina que fue la primera en avisar la aparición de la bruja en los techos, murió de una calentura. Se le fue poniendo amarillo, amarillo como si le chuparan la sangre.
El doctor dijo lo de siempre: que era paludismo, y el señor Cura, que sin duda no quiso desmentir al médico, les reprendió ásperamente:
-¡Qué brujería, ni hechicería, hatajo de estúpidos! Vivan mejor con Dios y tengan más caridad para esa infeliz mujer…
[…] Pero nada pudo contra el rencor del vecindario hacia aquella malvada mujer que vivía matando niños y echando daños: patios enteros de gallinas que se perdían víctimas del moquillo; hombres que siempre fueron excelentes maridos se “pegaban” a otra; el pan de maíz casi nunca levantaba en el budare; hubo viruelas…
-¡Nada! ¡Nada! Digan lo que digan, esa mujer va a acabar con el vecindario.
Y resolvieron llevar la queja a la autoridad.



VI

El consabido andino y Jefe Civil oyó gravemente la denuncia. Depusieron los testigos, se acumularon pruebas fehacientes, y el más caracterizado, el padre de la criatura muerta formuló:
-Nosotros no queremos el mal de naiden, contrimás el de una probe sola; pero es el caso que no nos deja vida; y ya no es con las cosas de la mujer diuno; de la salú y de los animales, sino que asina mesmo quiere urtimarle a uno las creaturas… Y eso no, señor Jefe-civil, eso sí que no –protestó con la voz sofocada de lágrimas al recuerdo de su hijito muerto.
El funcionario apoyó la demanda ¿Acaso él no sabía a qué atenerse con las gentes ociosas y mal entretenidas?
[…] Luego los despidió solemne:
-Bueno, pues, ya la autoridaz está en cuenta para proceder. Váyanse tranquilos, los amigos.
Y como era hombre activo y eficaz, organizó la patrulla para caerle encima esa misma noche y sorprenderla en plena “brujería”.
La ronda aumentada con los vecinos que esa noche se incorporaron voluntarios, rodeó la casa misteriosa. Y con el Jefe Civil a la cabeza se deslizaron ocho hombres por debajo de la palizada. Trataba éste de darles ánimos y le salían el miedo y los refranes con igual violencia.
-Procuren no hacer bulla, porque “brujo no duerme”.
En el silencio nocturno, negra y muda, se alzaba la casa. Parecíales más lóbrega, más siniestra, más grande.
De repente uno señaló un bulto hacia el centro del patio.
-¡Véanla, allí está!
-¡Ave María Purísima!- masculló otro.
Y un tercero prudente aconsejó con voz temblorosa:
-¡No le diga asina, compadre, que se nos vuela!
-¡Sí le liga! –exclamó valerosamente el Jefe Civil, santiguándose en la oscuridad.
Y heroicamente hizo irrupción seguido de sus ocho valientes.
-¡Vamos a ver, pues, qué tiene la amiga por aquí!
Sorprendida la pobre mujer, nada respondió, arrojando la colilla del tabaco que fumaba, con el fuego hacia dentro, en un reguero de chispas; ese triste hábito de lavanderas y de ancianas hambrientas, que así logran conservar algún calor dentro de la boca. Pero aquellos hombres jurarían que ella escupía candela. Y uno tímido, con las piernas y la voz debilísimas, saludó aterrado:
-¡Buenas noches, mi señora!
-Vamos, ordenó reponiéndose el Jefe, al constatar que era un cabo de tabaco: -¡Basta de necedades! Prenda una luz, señora.
-Yo no tengo vela… -balbuceó todavía llena de terror.
Y él heroico, la increpó en tono burlón:
-No venga con eso. ¿Brujo sin vela?... ¡Basirruque!
-Venimos a registrarle la casa –advirtió el segundo ya en carácter.
-Pues yo no tengo luz, y aunque tuviera no la encendería para que otro venga a registrarme la casa –repuso resuelta, poniéndose en pie, comprendiendo de súbito lo que aquellos hombres pretendían.
-Mire, señora –aconsejó el que temía que echase a volar-no se oponga a la autoridad: el señor es el Jefe Civil de la parroquia, el general Circuncisión Uribe.
[…] Y mientras corría alguno al vecindario en busca de un candil, la infeliz protestaba enérgicamente de aquel atropello. Ella era una pobre mujer, sola, que no hacía daño a ninguna persona; que no se metía con nadie, ¿por qué, pues, la acosaban hasta en su casa como a un perro rabioso?
-Esto lo vamos a ver… -observó el Jefe. Por el momento, si no tiene nada malo que esconder, ¿por qué se opone a la autoridaz?
-¡Porque estoy en mi casa!
[…] –Ultimadamente, con la autoridaz no se discute… ¡Aquí está ya la luz!
Mientras uno, delante, empuñaba en alto el candil, el grupo de héroes avanzó hacia la puerta de la única habitación que había a lo largo del cobertizo, y en cuyo umbral como una leona, con la cabeza desmelenada y los brazos abiertos, la mujer se irguió.
-¡Aquí me matan ustedes, pero no pasan, no pasan!
Era tan soberbia la actitud de la desgraciada, que retrocedieron intimidados… Pero alguno gritó, con el grito gozoso y salvaje de los cazadores en la montaña:
-¡No les decía yo que aquí había algo!
-Apártese, señora.
Y manos villanas, que nunca falta, la apartaron de un empujón formidable, brutal, para aquella armadura de huesos.
Cayó encorvada, golpeando la pared con la frente, ronca de rabia y de impotencia.
-¡Sinverguenzas! ¡Cobardes!
La luz del mechón alumbró un aposento estrecho; en los muros había colgadas ropas, telas de araña, manojos de plantas, una tabla mugrienta, aparador y altar del Santo borroso que en ella se apoyaba… Y al bajar la luz dieron un grito que el horror ahogó en las gargantas.
Sobre un camastro cubierto de hojas de plátano, tostadas por la fiebre, estaba una cosa hinchada, deforme que debía ser algo humano, pero tan monstruoso y lleno de escamas y de oscuras pústulas, que más se asemejaba a esos troncos muertos bajo la roña vegetal.
Aquello trató de incorporarse, y vieron, entonces, en un rostro tumefacto, encuadrado por dos orejas enormes, como dos lonjas de carne fresca, los ojos reventados, que lloraban un pus sanguinolento, el agujero negro, que era boca y nariz donde bailaba la lengua horriblemente, ululando un lamento, una especie de aullido, como el rumor del agua puesta a hervir.
-¡Un lázaro! ¡Un lázaro!
Y dejando caer el candil que se apagó en un silbido de tragedia, huyeron enloquecidos por el espanto.
Sí; un lázaro; un desgraciado a quien la enfermedad antigua y tremenda iba devorando lentamente a pedazos […] un atacado del viejo mal […] que martirizó a los profetas y a los santos […]
Toda la brujería de la bruja era aquel pobre leproso, aquel hijo infeliz que ocultaba en el fondo del casucho, riñendo con el más sagrado de los heroísmos, una diaria batalla contra el hambre, las enfermedades y los hombres…
A esa bruja fea, a esa bruja horrenda que llenaba de odio y de pavor a los niños de la ciudad, su enfermo, su hijo, en las cóleras inmensas de la desesperación, en el negro humor de su desgracia, la tiraba de los cabellos, la golpeaba brutalmente, la estrechaba contra sus carnes hinchadas para contagiarle el horrible mal.


VII

El enfermo fue recluido en la leprosería de Cabo Blanco; su madre estuvo detenida unos días y luego no se supo más de ella… La autoridad dispuso quemar la casa y que se aislara el sitio.
Por eso cuando regresaba el alegre grupo de muchachos a remontar “papagayos” en las colinas de Agua Blanca y nos sorprendía el anochecer cerca de la casa maldita –de la cual no quedaba sino un pedazo del techo, la pared de adobes rojos y el negro agujero de la ventana- pasábamos corriendo.
Nos parecía que la bruja iba a asomar por aquel hueco la cabeza desmelenada para maldecirnos…


VIII

Cuando encuentres, al paso, en las calles desiertas de tu ciudad natal, una de esas ancianas que parecen huir, encorvadas y tímidas, amparándose a la sombra irrisoria de los aleros o refugiadas de la lluvia en el quicio de algún portón, no les quites la acera ni vuelvas el rostro con disgusto. Tú no sabes, ¡oh transeúnte!, qué prodigio de heroísmo, de abnegación y de amor ocultan a veces esos mantos raídos de las pobres viejecitas brujas.



(José Rafael Pocaterra. Cuentos grotescos)

miércoles, 1 de mayo de 2013

Mandala negro


Mandala de carne prieta, labios gruesos y sudores
Rueda de sangre caliente, roja
Brillante y soberbia
Mandala de tierras lejanas y olores quemantes
Mandala de las fuerzas oscuras en cuyos bordes felo por amor
Mandala negro acuerpado
Cuerpo lustroso
Lustre de fluidos
Mandala de orgía ciega una noche sin nombre.
                                                                                                     ME

La noche de Beltane


El 30 de abril, en el hemisferio norte, los paganos de la tradición celta celebramos el Beltane: la unión amorosa de los dioses. En lenguas gaélico irlandesa y gaélico escocesa, Beltane significa, literalmente, mayo. Esta noche, el joven Dios se yergue de virilidad y arde de deseo por la Diosa. Ambos se enamoran y se unen entre las hierbas y flores de los bosques. La Diosa queda embarazada del Dios. Gracias a esta unión, la fertilidad reina en la naturaleza, todas las criaturas atienden al llamado de sus instintos y buscan aparearse.

Desde tiempos antiguos, el Beltane es celebrado con rituales y fiestas. Junto con la tradicional hoguera o fuego de Beltane, el palo de mayo figura como otro elemento típico de esta festividad por ser un símbolo fálico. Se trata de un árbol adornado con hojas, flores y largas cintas de colores que se tejen entre varias personas que danzan en círculo. El tejido del palo de mayo revela que los dioses han consumado su unión. En Venezuela, al palo de mayo como le llamamos es sebucán y de hecho figura como uno de nuestros bailes tradicionales. 

Algunas actividades típicas de esta celebración son tejer, trenzar o entrelazar, ya que unir dos sustancias para formar una tercera es el espíritu de Beltane. Por supuesto, la mejor actividad para celebrar el Beltane no puede ser otra que hacer el amor en honor a esa unión divina y mejor aun si lo hacemos en un espacio natural, como lo hacían nuestros ancestros por tradición.

¡Feliz Beltane para todas las brujas y brujos!

jueves, 18 de abril de 2013

Los cabellos y la magia


Esta noche la luna brilla en su cuarto creciente y muchas brujas aprovechan la ocasión para cortar sus cabellos. Así que si desean que sus cabellos crezcan rápido es buen momento para cortarlos. Además, con la luna transitando por Leo, el corte de cabello es favorable para evitar la caída. 

A quienes se atreven a cortarse el cabello por sí mismos, les digo que es una buena experiencia cuando se hace desde una visión mágico-ritual. El corte, el peinado y el trenzado de los cabellos están cargados desde la antigüedad de connotaciones mágicas. Como los cabellos siempre se han visto como una manifestación de la fuerza, antes se pensaba que cortar el cabello disminuía los poderes mágicos: lo que se contradice con la afeitada ritual de magos, monjes y sacerdotes. Una práctica común y antigua en las mujeres era trenzar su cabello para evitar malas energías o hechizos malignos y proteger la cabeza.

En cuanto a lo práctico, hay algunos videos en internet donde enseñan cómo cortarse el cabello uno mismo. En suma, lo más importante a tomar en cuenta es: 

1) utilizar una tijera para cortar cabello y nunca usarla para cortar algo más; 
2) tomar en cuenta que la luna sea favorable para realizar un corte de cabello (por lo general se debe evitar cortar en luna nueva porque el cabello tiende a caerse y debilitarse); 
3) cortar el cabello con pensamientos positivos, de abundancia, de crecimiento y salud; puede cortarse el cabello mientras se visualiza un jardín hermoso y bien cuidado; 
4) nunca botar las cabellos cortados en la basura. 

Los cabellos después de cortados deben ser enterrados en un lugar secreto y, preferiblemente, donde la tierra sea fértil y se den plantas sanas. Así se le transfiere a los cabellos esa energía de crecimiento y vitalidad.

Ciertas tribus australianas y africanas quemaban sus cabellos para garantizarse la protección contra hechicerías o maleficios. 

Para quienes prefieran enterrar sus cabellos, deben cuidar de hacerlo a cierta profundidad: ¡se cree que si un pájaro consigue cabellos humanos y hace nido con ellos, la persona tendrá insoportables dolores de cabeza!

jueves, 11 de abril de 2013

Manifiesto lunar

Somos mujeres ante todo: gordas, esbeltas, con celulitis y estrías, torneadas, flácidas, rubias, negras, indias, blancas, altas y bajas, con el pelo liso, chicha, rebelde, sedoso, opaco, de pechos reducidos y gigantes, firmes y caídos. Cualquiera sea nuestra condición física, somos mujeres reales y no estamos obligadas a parecer modelos si no hemos decidido ese oficio para nuestras vidas: ni modelos, ni muñecas, ni princesas, solo mujeres. No estamos obligadas a operarnos las tetas ni a herirnos con bisturí hasta que el espejo nos haga creer que somos lo bastante parecidas a las mujeres (reales también) de televisión y revista que nos han vendido como canon estético a imitar.

Somos madres, esposas, solteras y solteronas, jóvenes, vírgenes y no vírgenes, adultas y ancianas. Si disfrutamos “alegremente” nuestra sexualidad, o no, es asunto de nuestro cuerpo y no aceptamos más etiquetas por el tipo de vida sexual que queramos llevar. Palabras como “puta”, “zorra”, “perra” o “mojigata” solo responden a una ideología misógina y perversa que no nos induce, en modo alguno, a cambiar nuestra conducta si en realidad no deseamos hacerlo.

Somos solidarias con Lilith, que rechazó el paradisíaco Edén por no vivir sometida al señorío de Adán. Hastiadas estamos de que nos crean hijas exclusivas de Eva, porque con ello debemos agradecimiento a los hombres hasta por nuestros huesos. Asqueadas nos tiene el arquetipo mariano con sus lágrimas, abnegaciones, obediencia e ingenuidad. Si esto nos merece el título de egoístas, entonces somos libres para ser egoístas si es eso lo que deseamos. 

Somos dueñas de nuestros cuerpos y no aceptamos a la sociedad que nos siga cosificando como objetos sexuales, serviles y comerciales. De los hombres no queremos piropos: exigimos respeto. Nuestros cuerpos, cubiertos o desnudos, son vehículos para llevar adelante nuestros sueños, luchas y sentires en esta Tierra. Nunca hablamos de nuestros cuerpos en términos de “inversión” ni nos referimos a ellos como si habláramos de autos de carrera: nuestros cuerpos son sagrados y libres. 

Nuestra filiación política no es exclusiva de un partido, no es limitante, ni excluyente.  Lo que nos mueve y nos concentra en la periferia de los círculos no tiene una intención partidista. En cambio, revolucionarias sí somos todas. Que estadísticamente eso pueda coincidir con que la mayoría de nosotras nos decantemos por un pensamiento de izquierda es algo muy probable: creemos que un manejo más consciente de nuestras pautas de consumo puede significar un golpe bajo para el sistema; comprendemos que ese sistema pretende movernos como títeres, o más bien muñecas, a través de la publicidad y el bombardeo de los medios de comunicación que nos pretenden moldear a la medida de sus intereses capitalistas. Con todo, muchas veces desconocemos las inclinaciones políticas de quienes hacen vida en nuestros círculos porque, insistimos: el partidismo no es, en modo alguno, nuestro punto de confluencia.

Entendemos que la condición de la mujer en la sociedad y todas las luchas que ha desencadenado es un tema político. Por ende nuestra causa sí es política, que no es lo mismo que partidista.

Nuestra religión tampoco es una sola: somos cristianas, brujas, santeras, musulmanas, budistas e hinduistas. Algunas incluso somos laicas y ateas. Encontramos entre nosotras prácticas religiosas que contemplan tradiciones y saberes indígenas y chamánicos. Aceptamos en nuestros círculos toda religión y todo tipo de prácticas heterodoxas y eclécticas y defendemos la libertad de culto porque sabemos, intuitivamente, que cualquiera que sea la religión (como su propio nombre lo asoma), lo que busca es religar (religare > religión) lo profano con lo divino. Esto significa que nuestras religiones, por distintas que sean, restablecen nuestra unión con la divinidad, nos vuelven a unir.


Vivimos una espiritualidad que, lejos de censurar nuestros cuerpos y sexualidades, nos reconcilia con lo que somos, con nuestra condición de mujeres y, en consecuencia, con nuestra sangre menstrual. Aunque nos hicieron creer que nuestra sangre era sucia, quisimos ir un poco más allá y nos encontramos con que no era cierto. Estamos convencidas de que las ideas de menstruación consciente y sagrado femenino responden a una necesidad de reelaborar conceptos en beneficio de las mujeres y el planeta.
Ofrendamos nuestra sangre a la tierra (sembramos nuestra luna) como gesto de amor y agradecimiento a la madre tierra, como un acto simbólico con el cual devolvemos a la tierra un poco de lo mucho que ella nos da. 

Cuando vemos nuestra sangre menstrual mezclarse con la tierra nos sentimos unidas a ella con raíces invisibles y desde ese enraizamiento deseamos, en lo más hondo de nuestras almas, que sea esta la única sangre sobre la tierra y que no sea ofendida nunca más con sangre violenta y bélica.

Cuando llamamos “luna” a nuestra menstruación reconocemos la sincronía de nuestro ciclo menstrual con el ciclo lunar que desde hace tanto tiempo advirtieron nuestras ancestras. Sabemos que, gracias a esta sincronía, inclusive la palabra “menstruación” viene de luna y comprendemos que en tiempos antiguos el ciclo lunar definía el mes, por lo que ambos significados (luna y mes) compartían un mismo término (men) que después derivó en el latín mensis (mes) de donde proviene la palabra “menstruación”. Con este reapropiamiento de la luna para nombrar nuestros días de menstrua, nos reconocemos como seres cíclicos y aceptamos nuestros cuerpos como un microcosmos que también forma parte de los ciclos de la naturaleza.

Usamos toallas de tela reusables, copas menstruales, esponjas marinas y otras alternativas ecológicas en nuestros días de luna: entendemos que el planeta merece alternativas a los productos desechables que generan un terrible impacto ambiental. Sabemos también que al evitar la compra de productos desechables no solo hacemos un cariño al planeta y al bolsillo, sino que también dejamos de colaborar con las grandes transnacionales que se enriquecen con nuestros cuerpos sin reparar en el daño que sus químicos hacen a nuestra salud.

Estamos conscientes de que las personas que nos llaman “retrógradas” por volver al uso de las toallas de tela no consideran que ese mal entendido “progreso”, que tanto defienden, nos ha conducido al desastre ecológico en que vivimos hoy en día.

Creemos que la hermandad entre todas las mujeres es algo posible, viable y necesario. La legendaria competencia y envidia entre las mujeres es solo una muestra más de cuán desconectadas de nuestra propia esencia nos encontramos gracias, una vez más, al patriarcado. Nosotras mismas lo permitimos. No culpamos a los hombres de esto. Sí culpamos al machismo y a nuestras propias debilidades e inseguridades. Estamos dispuestas a trabajar en ello porque estamos convencidas de que recuperar nuestro poder femenino, y lograr el equilibrio, primero debe pasar por unir nuestros corazones y reinventar nuestra femineidad con la aceptación y el respeto a nuestros cuerpos.

Nos reunimos en círculos para dejar bien claro que no existen jerarquías entre nosotras. El círculo emula nuestra naturaleza cíclica y, en consecuencia con nuestros ideales de sororidad, simboliza el retorno a la unidad tras la multiplicidad.

Ni nos asusta ni nos ofende que las mentes más elementales nos tilden de lesbianas. De hecho, nos tomamos de la mano con mujeres de todas las orientaciones sexuales: la homofobia y cualquier tipo de desprecio por la orientación sexual de un individuo no nos preocupa y nunca limitará nuestra capacidad de dar amor.

Invitamos a todas las mujeres, sin importar su identidad política, credo religioso, nacionalidad, raza, condición socioeconómica o nivel académico, a que aborden con mirada desprejuiciada lo que consideramos no solo una vindicación de nuestros cuerpos, sino una perspectiva sagrada de la femineidad. No queremos imponernos, solo queremos libertad de expresión y respeto hacia nuestras prácticas y creencias. A quienes nos insultan por ignorancia, los exhortamos a que se informen. Y a quienes tergiversan información y desacreditan nuestra causa porque afecta sus propios intereses económicos, les ratificamos que nuestros ideales no están a la venta. Somos muchas y seremos más.

                                                                               Marialex Espinoza